Muchas personas en la iglesia no confían su salud a Dios porque tienen bloqueado el corazón y, por lo tanto, no confían en nadie, ni siquiera en Él.
Algunos han decretado: “Nunca más volveré a amar o a entregar mi corazón”. Se aferran a esta etiqueta, y aunque podrían decir en una cruzada: “Señor, te doy mi corazón”, continúan atados a sus propios decretos. La verdadera liberación solo llegará cuando enfrenten y trabajen en estos bloqueos.
Es momento de escudriñar nuestros corazones y examinar los decretos que hemos hecho.
Bendiciones amados,
Ana Méndez Ferrell